martes, 20 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad


Cosas que pasan.

             No hubo más remedio. Don Higinio sabía que era importante aguantar hasta mañana, que si conseguían pasar la noche sin que Salus, el de la municipal, les hubiera echado el guante, podían seguir su camino al día siguiente y quién sabe si llegar a donde iban. Eso a don Higinio, el adónde iban, ya no le concernía. Parecían buena gente. Muy buena gente. Por eso les ayudaba. Por eso y porque Salus le caía algo así como un poco al bies. No mucho. Sólo lo justo.
            Los halló tan desamparados, tan necesitados de una mano amiga, que no se lo pensó. A él casa le sobraba. A un viudo siempre le sobra casa. Y no iba a permitir que pasasen la noche al raso. Sobre todo por la niña, tan pequeña. Y por la madre, y por el padre... Así que sin casi conocerlos le mintió a Salus cuando le preguntó. Mil veces le hubiera mentido. Higinio, le dijo, que si les había visto. ¿Yo? ¿A quién? Que no se hiciera el longuis que ya sabía él de que andaban hablando. Pues como no le explicara... Además, qué habían hecho. Ah, ahí Salus se encogía de hombros, órdenes de arriba. Si les veía que le avisara. Ya. Ya qué. Ya, que ya. Ah. Pues eso.
            Les preguntó, claro. Ella humilló la mirada, una mirada triste que buscó el rostro de su niña. Él le dijo, nada, podía creerle, nada, sólo no tener papeles, eso era todo, o sea, nada. Allí donde iban tal vez podría trabajar, en el gremio de la madera, era lo suyo. Un primo les esperaba.
            Pero Salus andaba con la mosca detrás de la oreja y rondaba la casa, que tonto no era y alguien le había ido con el cuento, seguro. Toda la tarde arriba y abajo de la calle, sin perderle un ojo a la fachada, mirando sin disimulo a través de las ventanas que daban a la calle. Y a las siete era la cabalgata y don Higinio tenía que hacer de rey Melchor, como todos los años, y lo que no quería él era que Salus metiera las narices en lo que no le importaba. Sobre todo aprovechando que  él no estaba.
            No hay más remedio, les dijo. Él se las iba a arreglar, no tenían de qué preocuparse. Lo iban a ver. Donde nadie te ve es donde todos te miran, les dijo.
            Me debes una, le recordaría a Genaro, además tu sobrina y su novio lo entenderán. Con lo que le costó convencerles. Don Genaro llevaba la manija de la cabalgata y, mira, la idea de que este año el niño no fuera de barro cocido le conquistó. Es niña, le advirtió Higinio. Ya, ya, y qué. Pues eso... Pero... mira que me la estoy jugando, Higinio. Me debes una, le recordó él de nuevo. Así que allí estaban los tres, ella, él y la niña, en el portal, rodeados de pastorcicos, esperando la llegada de los reyes, mientras los más avisados se preguntaban quién hacía este año de qué. Claro, no les conocían. Lo del niño, un éxito. Veis, les dijo el Rey Melchor, en su adoración, por lo bajinis, era lo mejor. Y ellos, los tres le sonrieron, y don Higinio se sintió pagado de sobra.
            Toda la noche hubo gente que entraba y salía de casa de don Higinio, que se habían enterado y querían ayudar y les llevaban, pues eso, un de todo. Un milagro. El milagro fue que Salus no se oliera la tostada. Que ya es no oler, ya. 
            Por la mañana fue difícil despedirse. Pero había que hacerlo. Los puso en el autobús, bien tempranico. Con Dios.

            Don Higinio se quedó con una paz tan grande que no le cabía en el cuerpo. Volvió a casa y al dar su paseo acostumbrado evitó deliberadamente pasar frente al cuartelillo de la municipal, junto al ayuntamiento. Lo último que quería era darse de manos a boca con Salus. Y ya antes de llegar al bar de Otilio, en la misma plaza, le alcanzaron los rumores. Sobre lo que Salus andaba haciendo. Por lo visto se había emperrado en encontrar al niño, al niño del belén, y andaba metiendo las narices en todo lo que oliera a lactante. Por eso cuando Salus le echó en cara de nuevo que no pasara a decirle, don Higinio no pudo reprimir una puya. “Salus, estás hecho un Herodes”. Eso le dijo.
 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El hombre que miraba el infinito



       Todas las mañanas, desde siempre, se sienta allí, frente al mar. La mirada se le enreda en la maraña de aire y nubes y agua y sal y espuma de olas que lamen la arena de la orilla. A veces las gaviotas rompen el silencio de la mañana, tan lleno del rumor del mar. Surcan el cielo al azar y dibujan un mapa de incertidumbres que el que mira no sabe interpretar. Desaparece la bruma y entre el cielo y el mar aparece el horizonte. Siempre duda acerca de por qué anda allí, justo allí. Por qué el infinito queda siempre más allá, al otro lado. Al otro lado del horizonte.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Habas contadas

1+1= 10
(en base dos y en base D´Hont).

            Hay dos aspectos de estas pasadas elecciones que me han dejado un regusto turbio. Una especie de amargor dulzón que azuza un poco. El primero de ellos se refiere a una injusticia manifiesta. Ya sé, ya sé, se me va a decir que es la ley. Pero si la ley no es justa digo yo que algo habrá que hacer. Cambiarla, por ejemplo. Pero ya veréis cómo no. Y eso que, apurando un poco se podría incluso reclamar derechos constitucionales. Un hombre un voto. Eso dice la ley. Pero la trampa dice que mi voto vale más o menos según a quién se me ocurra votar. Es más, depende también de dónde vote. Es como si cuatro gallinas ponen cuatro huevos y si están juntas esos cuatro huevos son media docena y si están esparcidas no llegan a un par. Así, con un par. Como poco se tiene que alborotar el corral. Digo yo que lo que es claro con gallinas también lo ha de ser con ciudadanos. Algún factor de corrección habrá que introducir (si no una corrección total), en una ley electoral que premia los micorralismos. A ver si se ponen a la tarea de una xxxx vez.
            Es curioso, pero la segunda cuestión no tiene que ver con las Generales. Resulta que en algunos municipios se celebraban también elecciones Locales. Y leo en el periódico, sin estupor pero con espanto, que todo un pueblo se ha unido para votar en blanco y hacer que la única candidatura que se presentaba no alcanzase el porcentaje mínimo necesario para validar los resultados. Y se monta el belén a un mes vista de navidad porque resulta que sí, que por un voto se consigue que resulte vencedora la citada candidatura. No quiero entrar en la ideología de la misma. Para lo que tengo que decir tanto da y, además, he de suponer que la junta electoral ha velado por el cumplimiento de la ley y reúnen todos los requisitos. Lo que me espanta es que todo un pueblo capaz de ponerse de acuerdo en algo, por ejemplo, como votar en blanco el día de las elecciones (difícil, eh), no haya sido incapaz de unirse antes y elaborar una lista alternativa a la que ahora se le quiere negar el mismo derecho que ellos despreciaron. Eso... o lo de la gestora tenía ya nombre y apellidos. O alguien creía que sí y le convenía. Que aquí el que no se sale se rezuma. Ahora, puntas de haba.
            Me dicen Tip y Coll que otro día, otro, hablaremos del gobierno.




lunes, 5 de diciembre de 2011

Piedras


Si, inopinadamente, encuentras de pronto la rara virtud de las piedras, sospecha. Cierto es que no mienten, ni yerran, que no abren su boca, ni asienten, ni niegan… Ya que a fuerza de callar la suya pueden mantener opinión cualquiera, han de parecer certeras; dado que no dan ni prometen lo que dar no pueden, ni quieren siquiera, casi son perfectas. Así hay quien encuentra sutiles sus juicios (insondables, claro, por inexistentes) y anotan en su haber la virtud valiente de no lastimar con su verbo. Lenguaje de paz extraña traen las piedras, paz de lápida. Paz de lenguaje extraño traen las lápidas, paz de piedra. Su humilde pudor guarda sellada su boca y atesora así, intacta, la enorme virtud que alberga su alma. Reservada, sigilosa, discreta, cautelosa, prudente, decorosa… ¿Quién da más que una piedra? ¡Qué más da que ni vivan, ni esperen, ni sientan, ni amen, ni sufran, ni anhelen, ni sepan...! Todas ellas esconden adentro, muy adentro, su alma de piedra. Si acaso algún día te seduce el brillo de un alma de éstas, vigila, no sea que mudes en fósil tu más íntima esencia.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Fendoces

                   Hay almas que atesoran
                  adentro, muy adentro,
                  una dulzura inmensa.
                  Nadie diría al verles
                  que tras su gris aspecto,
                  su destacar en nada,
                  su estar ahí callados
                  sin pretensión ni queja,
                  que fueran portadoras
                  de un algo tan distinto
                  en la misma raíz
                  de su ser anodino.
                  Almas de regaliz,
                  igual que los fendoces
                  que crecen en ribazos
                  y bordes de caminos.
                  Se van tan en silencio
                  que son como regalos
                  que nadie quiso abrir.