martes, 20 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad


Cosas que pasan.

             No hubo más remedio. Don Higinio sabía que era importante aguantar hasta mañana, que si conseguían pasar la noche sin que Salus, el de la municipal, les hubiera echado el guante, podían seguir su camino al día siguiente y quién sabe si llegar a donde iban. Eso a don Higinio, el adónde iban, ya no le concernía. Parecían buena gente. Muy buena gente. Por eso les ayudaba. Por eso y porque Salus le caía algo así como un poco al bies. No mucho. Sólo lo justo.
            Los halló tan desamparados, tan necesitados de una mano amiga, que no se lo pensó. A él casa le sobraba. A un viudo siempre le sobra casa. Y no iba a permitir que pasasen la noche al raso. Sobre todo por la niña, tan pequeña. Y por la madre, y por el padre... Así que sin casi conocerlos le mintió a Salus cuando le preguntó. Mil veces le hubiera mentido. Higinio, le dijo, que si les había visto. ¿Yo? ¿A quién? Que no se hiciera el longuis que ya sabía él de que andaban hablando. Pues como no le explicara... Además, qué habían hecho. Ah, ahí Salus se encogía de hombros, órdenes de arriba. Si les veía que le avisara. Ya. Ya qué. Ya, que ya. Ah. Pues eso.
            Les preguntó, claro. Ella humilló la mirada, una mirada triste que buscó el rostro de su niña. Él le dijo, nada, podía creerle, nada, sólo no tener papeles, eso era todo, o sea, nada. Allí donde iban tal vez podría trabajar, en el gremio de la madera, era lo suyo. Un primo les esperaba.
            Pero Salus andaba con la mosca detrás de la oreja y rondaba la casa, que tonto no era y alguien le había ido con el cuento, seguro. Toda la tarde arriba y abajo de la calle, sin perderle un ojo a la fachada, mirando sin disimulo a través de las ventanas que daban a la calle. Y a las siete era la cabalgata y don Higinio tenía que hacer de rey Melchor, como todos los años, y lo que no quería él era que Salus metiera las narices en lo que no le importaba. Sobre todo aprovechando que  él no estaba.
            No hay más remedio, les dijo. Él se las iba a arreglar, no tenían de qué preocuparse. Lo iban a ver. Donde nadie te ve es donde todos te miran, les dijo.
            Me debes una, le recordaría a Genaro, además tu sobrina y su novio lo entenderán. Con lo que le costó convencerles. Don Genaro llevaba la manija de la cabalgata y, mira, la idea de que este año el niño no fuera de barro cocido le conquistó. Es niña, le advirtió Higinio. Ya, ya, y qué. Pues eso... Pero... mira que me la estoy jugando, Higinio. Me debes una, le recordó él de nuevo. Así que allí estaban los tres, ella, él y la niña, en el portal, rodeados de pastorcicos, esperando la llegada de los reyes, mientras los más avisados se preguntaban quién hacía este año de qué. Claro, no les conocían. Lo del niño, un éxito. Veis, les dijo el Rey Melchor, en su adoración, por lo bajinis, era lo mejor. Y ellos, los tres le sonrieron, y don Higinio se sintió pagado de sobra.
            Toda la noche hubo gente que entraba y salía de casa de don Higinio, que se habían enterado y querían ayudar y les llevaban, pues eso, un de todo. Un milagro. El milagro fue que Salus no se oliera la tostada. Que ya es no oler, ya. 
            Por la mañana fue difícil despedirse. Pero había que hacerlo. Los puso en el autobús, bien tempranico. Con Dios.

            Don Higinio se quedó con una paz tan grande que no le cabía en el cuerpo. Volvió a casa y al dar su paseo acostumbrado evitó deliberadamente pasar frente al cuartelillo de la municipal, junto al ayuntamiento. Lo último que quería era darse de manos a boca con Salus. Y ya antes de llegar al bar de Otilio, en la misma plaza, le alcanzaron los rumores. Sobre lo que Salus andaba haciendo. Por lo visto se había emperrado en encontrar al niño, al niño del belén, y andaba metiendo las narices en todo lo que oliera a lactante. Por eso cuando Salus le echó en cara de nuevo que no pasara a decirle, don Higinio no pudo reprimir una puya. “Salus, estás hecho un Herodes”. Eso le dijo.
 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El hombre que miraba el infinito



       Todas las mañanas, desde siempre, se sienta allí, frente al mar. La mirada se le enreda en la maraña de aire y nubes y agua y sal y espuma de olas que lamen la arena de la orilla. A veces las gaviotas rompen el silencio de la mañana, tan lleno del rumor del mar. Surcan el cielo al azar y dibujan un mapa de incertidumbres que el que mira no sabe interpretar. Desaparece la bruma y entre el cielo y el mar aparece el horizonte. Siempre duda acerca de por qué anda allí, justo allí. Por qué el infinito queda siempre más allá, al otro lado. Al otro lado del horizonte.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Habas contadas

1+1= 10
(en base dos y en base D´Hont).

            Hay dos aspectos de estas pasadas elecciones que me han dejado un regusto turbio. Una especie de amargor dulzón que azuza un poco. El primero de ellos se refiere a una injusticia manifiesta. Ya sé, ya sé, se me va a decir que es la ley. Pero si la ley no es justa digo yo que algo habrá que hacer. Cambiarla, por ejemplo. Pero ya veréis cómo no. Y eso que, apurando un poco se podría incluso reclamar derechos constitucionales. Un hombre un voto. Eso dice la ley. Pero la trampa dice que mi voto vale más o menos según a quién se me ocurra votar. Es más, depende también de dónde vote. Es como si cuatro gallinas ponen cuatro huevos y si están juntas esos cuatro huevos son media docena y si están esparcidas no llegan a un par. Así, con un par. Como poco se tiene que alborotar el corral. Digo yo que lo que es claro con gallinas también lo ha de ser con ciudadanos. Algún factor de corrección habrá que introducir (si no una corrección total), en una ley electoral que premia los micorralismos. A ver si se ponen a la tarea de una xxxx vez.
            Es curioso, pero la segunda cuestión no tiene que ver con las Generales. Resulta que en algunos municipios se celebraban también elecciones Locales. Y leo en el periódico, sin estupor pero con espanto, que todo un pueblo se ha unido para votar en blanco y hacer que la única candidatura que se presentaba no alcanzase el porcentaje mínimo necesario para validar los resultados. Y se monta el belén a un mes vista de navidad porque resulta que sí, que por un voto se consigue que resulte vencedora la citada candidatura. No quiero entrar en la ideología de la misma. Para lo que tengo que decir tanto da y, además, he de suponer que la junta electoral ha velado por el cumplimiento de la ley y reúnen todos los requisitos. Lo que me espanta es que todo un pueblo capaz de ponerse de acuerdo en algo, por ejemplo, como votar en blanco el día de las elecciones (difícil, eh), no haya sido incapaz de unirse antes y elaborar una lista alternativa a la que ahora se le quiere negar el mismo derecho que ellos despreciaron. Eso... o lo de la gestora tenía ya nombre y apellidos. O alguien creía que sí y le convenía. Que aquí el que no se sale se rezuma. Ahora, puntas de haba.
            Me dicen Tip y Coll que otro día, otro, hablaremos del gobierno.




lunes, 5 de diciembre de 2011

Piedras


Si, inopinadamente, encuentras de pronto la rara virtud de las piedras, sospecha. Cierto es que no mienten, ni yerran, que no abren su boca, ni asienten, ni niegan… Ya que a fuerza de callar la suya pueden mantener opinión cualquiera, han de parecer certeras; dado que no dan ni prometen lo que dar no pueden, ni quieren siquiera, casi son perfectas. Así hay quien encuentra sutiles sus juicios (insondables, claro, por inexistentes) y anotan en su haber la virtud valiente de no lastimar con su verbo. Lenguaje de paz extraña traen las piedras, paz de lápida. Paz de lenguaje extraño traen las lápidas, paz de piedra. Su humilde pudor guarda sellada su boca y atesora así, intacta, la enorme virtud que alberga su alma. Reservada, sigilosa, discreta, cautelosa, prudente, decorosa… ¿Quién da más que una piedra? ¡Qué más da que ni vivan, ni esperen, ni sientan, ni amen, ni sufran, ni anhelen, ni sepan...! Todas ellas esconden adentro, muy adentro, su alma de piedra. Si acaso algún día te seduce el brillo de un alma de éstas, vigila, no sea que mudes en fósil tu más íntima esencia.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Fendoces

                   Hay almas que atesoran
                  adentro, muy adentro,
                  una dulzura inmensa.
                  Nadie diría al verles
                  que tras su gris aspecto,
                  su destacar en nada,
                  su estar ahí callados
                  sin pretensión ni queja,
                  que fueran portadoras
                  de un algo tan distinto
                  en la misma raíz
                  de su ser anodino.
                  Almas de regaliz,
                  igual que los fendoces
                  que crecen en ribazos
                  y bordes de caminos.
                  Se van tan en silencio
                  que son como regalos
                  que nadie quiso abrir.





martes, 29 de noviembre de 2011

Herramienta para escritores

Hay ocasiones en las que el que escribe debe organizar una serie de documentos, notas, fotografías, en fin, toda una maraña de documentación. Suele suceder en los preliminares de, por ejemplo, una novela, o, incluso de un relato corto. Si se limita a trabajar con un procesador de textos “normal” corre el riesgo de quedar sepultado bajo los documentos abiertos en sus respectivas “ventanas” y perderse en los vericuetos de las carpetas que contienen la información que necesitan.
            Existen en la actualidad varios programas específicaos que ayudan a organizar esta tarea y que permiten una flexibilidad a la hora de escribir impensable en otros procesadores.
            Uno de ellos es SCRIVENER. Hasta no hace demasiado tiempo estaba únicamente disponible para Mac, pero ya se dispone de una versión Windows. Su potencial es enorme, aunque es posible dominar los fundamentos en muy poco tiempo. Es muy flexible, de modo que cada cual puede adaptarlo a su propias necesidades y organizarlo a su manera. Se trata de un buen programa, muy atractivo. Pero, aviso, es una opinión personal.
            Tiene un “pequeño” problema y es que, aunque dispone de diccionario español, está en Inglés.
            Os podéis bajar la copia Demo de su página web. Es totalmente funcional durante treinta días no consecutivos en los que podréis comprobar si se ajusta a vuestras necesidades. De ser así, podéis más tarde comprar una licencia a un precio realmente muy asequible.

           
            A ver si os gusta.
            En otra ocasión os hablaré del que yo utilizo en algunos proyectos: “Liquid Story Binder”


domingo, 27 de noviembre de 2011

Disidentes

No está bien visto. No señor. Discrepar de la mayoría, de nuestra propia mayoría, de esa a la que pertenecemos, o creímos pertenecer, tan cargada de razones, tan a resguardo del número y del  calor con que la multitud abriga a quienes en ella encuentran, buscándolo o no, cobijo y amparo, no está bien visto.
Con lo claro que está todo. Cómo es posible que haya quien piense distinto. Qué mente retorcida puede albergar semejantes dudas. Porque la verdad no tiene más que un camino, oiga. ¿O no? Pues siempre hay alguien. Siempre. Siempre hay una voz discordante. Alguien que hurga con la patita y remueve el fango del fondo para enlodarlo todo. Hace falta ser retorcido. Afán de notoriedad, fijo. Y ganas de ensuciarlo todo sembrando dudas y discordia. A qué fin. Qué salen ganando, porque algo... Cualquier cosa se merecen, lo que sea. Después, si les parece, se quejan. Que les persiguen, dicen. Que les acosan. A ver qué quieren, si se lo ganan a pulso...
Menos mal que no todos son así, qué va. Menos mal que hay gente fiel que cumple los deseos de otro alguien sin necesidad de que los manifieste, sabiendo qué es lo que de él se espera. Su recompensa es sentirse masa, sentirse acogidos y aceptados, una palmadita en la espalda, un martirio a sueldo en el momento oportuno...
A lo que íbamos.


Nada parecido a ser disidente de no importa qué idea. Sobre todo porque suele significar espíritu crítico hacia lo que uno mismo ayudó a construir, hacia lo que uno pensó que llegaría a ser su idea de las cosas, en lo que uno creyó.
Pero no. Algo se torció por el camino y nada llegó a ser lo que debía. Al alzar la voz para avisar, no era esto, no era esto, te topas con el muro de la mayoría y sus intereses ya devengados. O de vencimiento a plazo fijo. Y tu voz incomoda y causa malestar. Al otro lado del muro.
Ser capaz de percatarse del error, de identificar al menos “lo que no debería ser” se convierte en una condena. Puede evitarse negando la mayor y convirtiéndose en la voz oscura interior, vergonzante y fácil de conformar con razones aparentes. Hay que elegir. Tienes que elegir.
Ya está. Ya eres disidente.
Y frente a la razón única y axiomática que une y amalgama a la mayoría, a esa a la que un día perteneciste, las mil diferentes ideas y conceptos sobre lo que debería ser. Mil disidencias, mil formas distintas de disentir que a duras penas consiguen unificar su voz. Otra vez lo que debería ser frente a lo que es. Entre la ortodoxia y la disidencia pura, igual que entre dos números enteros, cabe una gama infinita de ideas y matices. Todas ellas disidentes frente a la exactitud del dogma.
Triste, ya ven. Pero, no vayan a creer, hay algo más triste, mucho más, que ser disidente. Y es no serlo cuando se tienen razones para ello.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Homenaje a la boina y la elástica.

Organizado por la federación de sociedades gastronómicas, se celebró el pasado viernes el Homenaje a la boina y la elástica. El encargado del pregón con que iniciaban los actos fue Isidro López Fumero, del Grupo Literario Traslapuente. La plaza de San Jaime acogió el acto. No acompañó demasiado la climatología, a pesar de la temperatura agradable, a causa de la lluvia, leve pero molesta.
            Isidro López Fumero leyó su pregón desde un improvisado escenario a un nutrido grupo de gente ataviada con las prendas a las que se rendía homenaje. Este fue su pregón:

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En las noches de esperanza como ésta

en que la desnudez del otoño parece vestirse
con el aroma y la fragancia de esta fuente.
Bajo el emblema de esta plaza que huele a fiestas,
que sabe a versos cristianos, árabes y judíos,
que se acuna entre los hilos del presente y los sueños del pasado.
En esta noche de miradas otoñales, de ancestrales tradiciones
y de encuentros, me siento un ser afortunado.
Es por eso que esta noche me he vestido
con estas piezas de negro humilde que Unamuno ha definido
como prendas legendarias y arcaicas.
Con estas telas tradicionales marcadas a fuego,
con estas ropas de la tierra, con la elástica y la boina.
Y, aquí dentro, he sentido cómo el cierzo,
ese viento que arremete con su fuerza entre la hilera de botones
que bordean mi chaqueta, me estremece el corazón.
Un profundo sentimiento de este río de palabras que resuena
en los vacíos y oquedades de mi cuerpo, me ha llenado de recuerdos.
Esta nítida noche que a la luz de la rúa vence a las sombras,
esta noche que se adorna de bordados, de emociones y de alientos,
esta noche hay un camino que comienza, más allá de nuestras huellas,
más allá del corazón.
Un camino que atraviesa por los campos y la vida de esta tierra.
Un camino que agostaron con arados los humildes labradores.
Labradores orgullosos de una estirpe que ha dejado en la ribera
un principio de valores y el legado de su historia.
Y vosotros, que sois hijos de esta tierra desprendida y generosa,
sois la sangre y el perfecto maridaje que realza la textura almidonada del
pasado que camina en el presente por sus puentes y caminos.
Esta noche,
si los aires de este otoño y la esencia de esta boina y de esta elástica
complementa los acordes,
cubriremos nuestro cuerpo con el traje de una nueva primavera.
Y lo haremos, como aquellos trashumantes roncaleses pirenaicos,
con la fuerza unificada y la grandeza de unas ropas delicadas y ancestrales
 que la historia de esta tierra de gigantes, con orgullo nos ofrece.
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jueves, 17 de noviembre de 2011

Derechos del lector.

El decálogo de Pennac


Formulaba el escritor francés Daniel Pennac, en “Como una novela” (1992), una lista provisional de los derechos del lector. En esa obra recriminaba a los adultos imponer la obligación de leer.

“En materia de lectura, nosotros lectores nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura.




1.- El derecho a no leer.

2.- El derecho a saltarnos páginas.

3.- El derecho a no terminar un libro.

4.- El derecho a releer.

5.- El derecho a leer cualquier cosa.

6.- El derecho al bovarismo *.

7.- El derecho a leer en cualquier sitio.

8.- El derecho a hojear.

9.- El derecho a leer en voz alta.

10.- El derecho a callarnos.


* Enfermedad de transmisión textual. (Término alusivo a Madame Bovary, la protagonista de la novela homónima de Flaubert, lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas.)

* Compulsión frenética por la lectura de libros de ficción, que provoca en el lector (y desde el mismo momento de la lectura) una confusión mental y anímica que lo lleva a creerse dentro de la fantasía, de modo de abstraerse peligrosamente de la realidad, intentando al mismo tiempo, mediante una operación alucinatoria, delirante e inútil, tratar de participar en "la mentira" que lee, y modificar "la verdad o realidad" en que vive.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Nunca




Nunca había mirado
desde tan lejos
desperezarse al alba,
entre el cielo y el río,
la paz del pueblo.

Nunca pensé que el monte
guardase sus espaldas,
que su mirada inerte
vigilara en silencio
la vida que discurre
por sus calles y plazas
mientras el cierzo sopla
para llevarse lejos,
como si fueran nubes,
todas las amenazas.

El cielo protector,
la tierra parda,
la iglesia con su torre,
la hilera de manzanos
dejan pasar el tiempo
sin sospechar siquiera
que los esté mirando.

Nunca, tal vez ya nunca,
sentiré su presencia
tan sin voz y sin ojos,
fría e indiferente,
como la siento ahora
que estoy tan lejos.



viernes, 11 de noviembre de 2011

Martes literario. Noviembre.

Celebramos el pasado 8 de noviembre, en el salón de actos de Castel Ruiz, el Martes Literario correspondiente a noviembre. En esta ocasión el invitado fue Javier Pascual, y el libro del que nos habló (entre otras cosas) “Muerte en Estambul”, de Petros Márkaris.
            Juanjo Valencia, miembro del Grupo Literario Traslapuente fue el encargado de presentarlo a la audiencia, resaltando de Javier su afición por todo lo que tiene que ver con los libros y la lectura. Especial mención merecieron los esfuerzos de Javier, desde la Vicedirección del Instituto Benjamín, por acercar la lectura a todos los alumnos, realizando diversas experiencias innovadoras en este terreno, alguna de las cuales fue en su momento reconocida y premiada por el Departamento de Educación del Gobierno de Navarra.
            Javier explicaría después de donde le viene esta afición suya hacia la novela negra, haciendo memoria del momento en que, hace ya años, tuvo su primer contacto con ella. Podría parecer paradójico en un Catedrático de Clásicas. No es, por supuesto, su único tipo de lectura. Explicó las dudas que le surgieron a la hora de seleccionar, de entre otras muchas y buenas obras, la de Petros Márkaris. Quizás, reconoció, por ser griego. Ya que su primera intención hubiera sido la de hablarnos de Safo.
            Desgranó las características de las obras de Petros Márkaris y las que concretamente íbamos a encontrar en “Muerte en Estambul”. Incidió también en las del protagonista de la novela, Kostas Jaritos, esas que, en su opinión, le diferenciaban de otros de la novela negra.
            Fue una charla amena y, desde luego, de incitación a la lectura.
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Francisco Javier Pascual Gascón.
            Nació en Bello, un pueblo de Teruel, en 1963. Desde hace veintidós años vive en Tudela, donde se casó y han nacido sus tres hijos. Estudió Filología Clásica en la Universidad de Zaragoza y en la Complutense de Madrid. Cuando cumplió los veintitrés años le ofrecieron una plaza de profesor. Desde entonces se ha dedicado sin interrupción a la enseñanza. Hoy imparte clases de Griego y Cultura Clásica en el Instituto Benjamín de Tudela.

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El autor: Petros Márkaris.
            Nació en Estambul en 1937. Se formó en Austria y Alemania. Es autor de teatro y de guiones televisivos. Ha sido colaborador del director de cine Theo Angelópolus. Ha traducido al griego a autores alemanes, especialmente a Brecht. En el año 2000 publicó Noticias de la noche, primera novela protagonizada por el comisario Kostas Jaritos. Han seguido cuatro más y la fama del autor ha ido creciendo dentro y fuera de Grecia.

La novela: “Muerte en Estambul”
            Se publicó en 2008 y es, hasta el momento, la última de la serie.
             Kostas Jaritos y su esposa Adrianí se encuentran de vacaciones en Estambul; el viaje es una terapia para sobrellevar el disgusto de la boda civil de su hija Katerina. Pero ni las visitas a monumentos bizantinos ni los insoportables compañeros de grupo pueden evitar que sigan dando vueltas a la actitud de su hija única.
            Las vacaciones se complicarán más cuando el comisario se vea involucrado en la investigación de un asesinato: una anciana de noventa años ha envenenado a su hermano en una ciudad del norte de Grecia y se dirige, según todos los indicios, a Estambul. Jaritos y el policía turco Murat perseguirán por la ciudad el rastro de crímenes de la anciana María Jambu que parece moverse como un fantasma entre el pasado y el presente de la cada vez más pequeña comunidad griega en la ciudad del Bósforo.

martes, 8 de noviembre de 2011

El tío Celerino


            
 

"Yo tenía un tío que se llamaba Celerino. Un borracho. Y siempre que íbamos del pueblo a su casa o de su casa al rancho que tenía él, me iba platicando historias. Y no sólo iba a titular los cuentos de El llano en llamas como los Cuentos del tío Celerino, sino que dejé de escribir el día que se murió. Por eso me preguntan mucho por qué no escribo: pues porque se me murió el tío Celerino que era el que me platicaba todo… Pero era muy mentiroso. Todo lo que me dijo eran puras mentiras, y, entonces, naturalmente, lo que escribí eran puras mentiras”.

                         Juan Rulfo

         Quien más y quién menos anda en busca de su tío Celerino para que le platique y, aunque sean mentiras, puras mentiras, sepa uno con qué manchar de negro los folios. Y hacerlo en condiciones.
         Como nadie se engaña, no es cuestión de andar esperando a que a nuestro tío Celerino le dé por manifestarse en no importa qué ser de naturaleza espiritual y etérea, cada cual sabe de dónde le llegan las historias que cuenta. Y suele suceder que andan ahí, como al descuido, esperando la mirada distinta que las sepa distinguir de entre la morralla. Pero hay que saber mirar con ojos distintos. No es fácil. Porque el filtro de nuestras obsesiones acaba por contaminar aquello que miramos y, así, es difícil ver. Aunque, en definitiva, y tal vez por eso, uno acaba escribiendo de aquello que le obsesiona.
Algunos amigos y conocidos, esos que saben que escribes, raro vicio, se toman a veces la molestia de atribuirse funciones de “tío Celerino” y te dicen, escucha, escucha que esto sí que es para un cuento, lo vas a ver, un cuento macanudo. Te relatan entonces una historia sin alma a la atiendes por pura cortesía. Qué, te dicen al final. Y tú te las ves y te las deseas para, sin comprometerte a nada, no resultar grosero. Porque uno escribe de un algo que casi siempre es insignificante pero que en un determinado instante adquiere un brillo especial y es imposible ya quitarse de la cabeza ese gesto, esa palabra, ese silencio que nos llevará a escribir un cuento que sólo nosotros hemos sabido que existía, igual que una avellana dentro de la cáscara que todos ven. Sólo que en este caso nadie sabe tampoco qué es eso, que desde luego no es una avellana. Sería demasiado fácil.
Un cuento nace a veces de no se sabe dónde, de un lugar tan interior e íntimo que es imposible definir. En otras de un algo tan concreto e insignificante que parece mentira. Las más de las veces tomamos nuestras historias prestadas de la realidad aunque para ello sea necesario dotarlas de un aura de ficción que las haga verosímiles. Más creíbles que la propia realidad. Es que pasó en realidad, te dirán. Ya, ya, pero...
Rulfo no quiso escribir más y se escudó en la muerte de su tío Celerino. Seguramente fue él, literariamente hablando, quien lo mató, para no seguir escribiendo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Cultura

            La cultura, en el más amplio sentido y acepción de la palabra, y en todos sus diferentes modos y manifestaciones, viene de serie, en su letra pequeña, con numerosas contraindicaciones y un manual de uso plagado de advertencias, puntualizaciones, peculiaridades que siempre acaban por afectar a su modo de empleo y a su dosificación, excepciones más frecuentes y, sobre todo, sobre todo, un plano detallado en el que destacan las líneas de puntos que se inician en la imagen voraz de una tijera con la boca abierta de par en par.
            Las instrucciones de uso, en todos los idiomas nacionales, autonómicos, regionales y locales son claras. Cortar por la línea de puntos. Y todos lo entienden. A la primera. Siempre ocurre que hay quien halla oportuno y necesario ponerse a la tarea y, ya puestos, irle dando por donde más duele sin importar demasiado salirse de la línea por lo grueso o acabar dándose un garbeo al cruzado, que tampoco se va a notar demasiado. Siempre habrá quien aplauda. Para vacas.
            Hablar de cultura en los discursos y mítines queda bien. Queda muy bien. Los políticos, en sus diversas subespecies lo saben y se aplican. Ellos, desde siempre han pensado que la cultura es la base de una sociedad democrática y avanzada. Eso dicen.
            Pero en cuanto comienzan a venir cruzadas, asoman el hocico. Y, aunque desde luego, siguen pensando igual, saben explicar muy claro, muy muy claro, las razones de su postura y opinión. “No es indispensable argumentar el peso y la significación de estos problemas ya que un relanzamiento específico de todos los sectores implicados permite en todo caso explicitar las razones fundamentales de las direcciones culturales en el sentido del progreso”. Y respiran hondo. Pero pecaríamos de falta de perspectiva si no tuviéramos en cuenta que el desarrollo continuo de distintas formas de actividad implica el proceso de reestructuración y ajuste de las condiciones financieras y administrativas existentes. Y respiran hondo. “Por otra parte, y dados los condicionamientos actuales, la ejecución de determinados programas obstaculiza la aplicación directa de actuaciones específicas y de toda una serie de criterios culturalmente sistematizados para una acción regeneradora”. Y se quedan tan anchos. Más claro, agua.
Desde luego el loro se queda sin chocolate. Luego diremos que el loro grita, que es soez, que no se comporta de un modo políticamente correcto y que no son formas. La cultura se queda siempre con una mano delante y otra detrás. Pero (ya lo presentía el poeta) lo nuestro es tapar. No llegan las manos, no son suficientes, y las vergüenzas al aire. Sólo la voluntad personal de quienes de verdad creen en la cultura, en aquello en lo que desde siempre han invertido esfuerzos y desvelos, acierta a disimular la desidia de quienes pronuncian palabras como arroz hinchado.
            Le queda a uno entonces la duda más que razonable de andar haciendo el caldo gordo a esos mismos que siguen diciendo lo importante que es la cultura y lo bien que lo hacen los grupos culturales de su localidad. Y que ellos, por supuesto, valoran en lo que vale ese desvivirse, que algo así no se paga con dineros. Y mira tú por dónde, esta vez lo cumplen, lo de no pagar. De ninguna manera. Con dineros ni pensar.